No intento hacer "historia" de los españoles como devotos de la Virgen María, Madre de Dios. Llevaría tiempo y no pocas páginas. Tampoco es necesario. Simples detalles lo atestiguan a voces. Los Santuarios dedicados a la Santísima Virgen son incontables. Las advocaciones muy variadas pero todas confluyen en la misma persona: la Virgen María. Y entre esas advocaciones hay alguna de especial relieve en España. Me refiero a la Virgen del Pilar. Y no voy a hacer comentarios que me ocuparían el espacio. Hay otros días muy sobresalientes, ya más universales, y son la Inmaculada Concepción (que con toda solemnidad, singularísima por cierto, celebraremos este miércoles), y la Asunción de María (Nuestra Señora), que celebramos cada día quince de agosto, y que en algunos lugares llaman Nuestra Señora de Agosto.
Pero se da una realidad que deseo resaltar. Y me refiero a las medallas con la efigie de la Virgen María que llevamos colgadas del cuello miles de hombres y mujeres. Un hecho que está ahí, que se palpa, y que a nadie coge de sorpresa. Sencillamente, amamos a la Virgen, fiamos nuestras vidas a Ella, y siempre, y más en los momentos difíciles (y quién no pasa por ellos cuando menos los esperaba...) le confiamos alma, vida y corazón, y todo lo que conlleva ese momento concreto. La Virgen María para todos nosotros -y para los creyentes españoles de forma singular- es el puntal más humano (y divino) a lo largo de nuestra vida. El regalo que su Hijo Jesús nos hizo desde la cruz en la persona del Apóstol San Juan: "Mujer, Ahí tienes a tu hijo", no tiene precio ni medida. Sabía muy bien su Hijo que la Santísima Virgen cuidaría de nuestras vidas en todos las circunstancias, y seguiría nuestros pasos hasta el final del camino. Más aún, sería nuestro modelo intachable de fe y de amor a Dios Padre de todos.
Sé de sobra que nuestra sociedad de hoy, sí en España, está dando un cambio incalificable y sorprendente. No lo imaginábamos hace muy pocos años. Nos movemos en una sociedad laicista, areligiosa, por no decir pagana en ocasiones. Nuestros jóvenes, con lo mucho que tienen de maravilloso y positivo, dan a entender que se han olvidado del aprendizaje cristiano de sus padres y abuelos. Sin embargo, a la hora de la hora -estoy más que seguro- llegarán a conocer y apreciar el legado inmenso, real y veraz de la Devoción a la Virgen María, heredada en España desde hace muchos siglos. Ellos mismos reconocerán que esos cuadros con la imagen de la Virgen María, (sea cual fuera la advocación), cuelgan de la pared del dormitorio o del salón por algún motivo. Que la estatuilla que descansa en la vitrina o aparador está ahí por algún motivo. Nuestros hijos llegarán a entender que si rezamos a la Virgen María un día y otro también no es por rutina o motivo baladí, es porque sabemos que ella nos ama, nos cuida y acompaña en cada instante, y nos enseña a vivir con sentido y trascendencia. Sencillamente, es la misión que su Hijo le encomendó. Y por nuestra parte le estamos agradecidos, y queremos demostrarlo con nuestros gestos y costumbres.
BENDITA LA HORA EN QUE LA SANTÍSIMA VIRGEN ACEPTÓ SER NUESTRA MADRE.
Estoy seguro, segurísimo, de que los cristianos españoles, al amparo de la Virgen María, nuestra Madre, daremos gracias por esa devoción que desde siempre nos inculcaron nuestros padres y antepasados. Demos gracias a Dios por tal regalo que no tiene ni tendrá caducidad.
