Hace unos días leí un artículo en un periódico de tirada nacional. El autor, un gran teólogo de renombre residente en Roma. Copio algunos párrafos nada más. "En tiempos como los nuestros, de grandes cambios y de complejidad tan enorme en todos los campos, no podemos perder el norte, no podemos quedar atrapados por la barahúnda de cosas, ni enredados en miles de asuntos que no llevan a ningún sitio; las ramas no pueden impedirnos ver el bosque... El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿A qué Dios necesitamos? Al que vemos, palpamos y contemplamos en Jesús, que murió por nosotros en la cruz, el Hijo de Dios encarnado que aquí nos mira de manera tan penetrante, en quien está el amor hasta el extremo. Este es el Dios que necesitamos..."
Sé de sobra que estas ideas y pensamientos no calan demasiado, más aún, quedan lejos de bastantes mentes y -con el debido respeto- no quitan el sueño a una gran parte de personas. Y es que el Dios de Jesucristo, el que ya desde niños nos enseñaron nuestros padres y abuelos, el contenido de aquellas catequesis de feliz memoria en cada pueblo, no forma parte de las preferrencias de hoy. Se habla de todo, se comenta la película de moda o el cantante que arrasa en el momento, pero del Dios que de una forma u otra necesitamos apenas si nos atrevemos a comentar. Y no creo que la ingenuidad o ignorancia llegue tan lejos en nuestras propias vidas o casas. ¿Tan bien nos van las cosas? ¿Tanto llena cuanto nos rodea o poseemos que no echamos de menos a NADIE? ¿Será que el ruido que hay a nuestro alrededor no nos permite el sosiego y la calma para pensar un poco y ver un vacío real que nos interpela? ¿De verdad que no echamos de menos a nadie que quiere hablarnos, orientarnos, consolarnos, fortalecernos?
¿No sucede que estamos necesitando a Dios y no nos damos cuenta?
Y concluye el artículo aludido: "Éste es el Dios en cuya fe nos confirmará Benedicto XVI, en su viaje apostólico a España".
