Acabo de escucharlo por uno de tantos medios de comunicación. Colombia y Ecuador acaban de embarcar cientos de toneladas de flores rumbo a España, con motivo del Día de Difuntos.Maravilloso. Y contemplamos año tras año la misma escena. Familiares y amigos que se desplazan a los pueblos y ciudades para recordar a sus difuntos y obsequiarles un ramo de flores que depositan sobre sus tumbas o prenden en sus nichos. Bendita costumbre, y que no desaparezca.
Por mi parte, y con todo respeto, en esta ocasión me permito ir más lejos. Y lo hago con una pregunta bien simple y sencilla. ¿Cuántos de los que visitan los cementerios, y llevan flores, y recuerdan a los suyos..., dedican siquiera un minuto, unos segundos, a encomendar a Dios Padre, Misericordia y Amor infinitos, para que alivie y lleve consigo a nuestro ser querido? ¿Cuántos hacen un acto de Fe verdadera en la Resurrección del Hijo de Dios, nuestro Redentor y Salvador, miran al cielo y funden su mirada con la del Padre y el ser querido? No, lejos de mí la beatería, insana y necia. Se trata de ejercitar siquiera en esos momentos con nuestros difuntos, una vez al año..., que es bien poco, nuestra Fe, posiblemente aprendida de ellos siendo nosotros niños.
Flores, sí, y bien frescas y hermosas. Y serán más frescas y rezumarán más perfume y fragancia
si las depositamos acompañadas de oración y súplica al Padre que permanece con los brazos abiertos. FLORES, MÁS FLORES, Y MÁS PLEGARIAS POR NUESTROS DIFUNTOS. Ellos nos lo agradecerán inmensamente.
