No voy a negar que el título de hoy es más que intencionado. Otros, muchos, escribirían: DE VUELTA DE LAS VACACIONES DE SEMANA SANTA. Está claro que respeto a todos y más en nuestra sociedad tan variada en idiologías y creencias religiosas. Así es la realidad, nos guste o no nos guste.¿Es que la Semana Santa ha pasado a un segundo plano? Ni mucho menos. Todavía, pienso, hay muchos cristianos que viven y lo más plenamente posible el Gran Acontecimiento de la Pascua: Muerte y Resurrección de Cristo, el Hijo de Dios. Celebran sus procesiones o, desde fuera, como espectadores, viven interiormente lo que significa aquel paso del Jesús Crucificado, o de la Virgen María bajo diversas advocaciones, y siempre Dolorosa por el sufrimiento y pasión de su Hijo. Por suerte este año he podido dedicar más tiempo que de costumbre al gran misterio de amor y vida. Queda claro que la Cruz de Cristo, y más en estos días, la entienden mejor que nadie los crucificados de hoy, innumerables, los que sufren impotentes la humillación, el desprecio y la injusticia, o los que viven necesitados de amor, alegría y vida. Sin duda que la fe que les mantiene en la esperanza les hace ver en la cruz que están llevando un signo de amor y vida más que de dolor y muerte. ¿Cómo no vamos a amar, venerar y exaltar la Cruz de Cristo si en ella está Dios sufriendo con nosotros y por nosotros?
Comprendo de sobra que para pensar de este modo necesitamos de la fe y a gran escala, o, en otras palabras, cuanta más, mejor. Las cruces humanas son y serán siempre compañeras nuestras de viaje. Inútil no querer aceptar tan cruda realidad. ¿Qué mejor remedio balsámico y curativo que apoyar nuestra propia cruz, la que sea, o las que sean, y pueden ser muchas, que en la Cruz de Cristo, misterio de amor y vida a todos los hombres?
¿Vale la pena o no vivir con fe la Semana Santa, y dejarle un espacio libre dentro de esas vacaciones que llevan su nombre...?
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