27 mar 2010

Desde la Cruz

NO LO ENTIENDO, SEÑOR, ni sé medir

tu amor a mi raza equivocada;

tampoco acierto a ver en tu mirada

lo que yo te costé para vivir.

Sólo sé, desde niño, que elegir

a un ladrón en la plaza alborotada

agravó más tu faz ya lacerada

y firmó tu sentencia de morir.

Medito aquel mensaje en despedida:

“He venido a servir, no a ser servido”,

lección de aquellos hombres no aprendida.

Atardeciendo el viernes más dolido

que me tiende el perdón y sin medida,

gozoso yo retorno arrepentido.