Si me ha emocionado toda la trayectoria de los acontecimientos de Haití, no menos me ha sorprendido la solidaridad de miles y miles de almas españolas, o de cualquier otro país, y tal vez me quede corto, con sus donativos para ese pueblo hambriento, sediento y de luto. Pedir un aplauso por esa generosidad, es poco. Escribir sus nombres en cientos de folios, no vale la pena. Pregonar a todos los vientos ese humanismo o caridad, el nombre es lo de menos, ¿qué más da? Para mí entre todas las opciones hay una, y que hemos de hacer presente, y es DAR GRACIAS A DIOS porque ha movido el corazón humano, y éste no ha presentado resistencia. Esta vez, y otras muchas, el hombre ha dado la talla. Ha sabido ver en Haití al semejante, angustiado, envuelto en un grito continuo de súplica y desesperación. Ha palpado el derrumbe de sus casas y las grietas de las cuatro paredes en pie.
Gracias a tantos hombres y mujeres, a tantos niños y niñas de colegios, que han aprendido a ver en sus semejantes la misma esencia del ser humano. Y el hombre, claro que sí, esta vez se siente orgulloso de su ser. Se ha visto encarnado en el hombre sufriente y suplicante. La mirada de hombres y mujeres y niños ha sido una verdadera copia de la MIRADA DE DIOS. A todos ellos la gratitud más inconmensurable. Qué bello el cuadro que recoge la mirada y las manos del hombre que comparte con el hombre hambriento, sediento y sin hogar. DE CORAZÓN GRACIAS. El hombre, repleto de humanidad y conciencia, cura las heridas y enseña a abrir las ventanas a la verdadera esperanza. De nuevo la vida empieza a florecer. OTRA VEZ, GRACIAS.
