El 13 de diciembre pasado celebraban una fiesta en el Colegio-Escuela San Gerardo (Misioneros Redentoristas) de Puerto Príncipe. Una fiesta músico-literaria como las nuestras por esas fechas de vísperas de Navidad. Es fácil imaginar la alegría, el colorido y la ilusión de todo el alumnado. Esta tarde me llega la noticia trágica de esa escuela. Las lágrimas no me permiten hablar. Soy incapaz de poder comunicarme con mis familiares y amigos. Inimaginable e indescriptible. 300 alumnos de esa Escuela de San Gerardo quedan sepultados bajo los escombros del edificio. Las imágenes de la fiesta de diciembre, unidas y superpuestas a las del derrumbe del terremoto me roban el habla. Sólo sé llorar. Y rezar. Soy creyente y me han enseñado a rezar. Y hoy, y mañana y siempre rezaré. Y en esta tragedia humana en el corazón de Haití he de sentirme solidario, pobre y orante, y espléndido en compartir nuestra comida y vestido.
Me duele Haití y lloro con su gente. Son hermanos míos, personas como yo que necesitan de mi oración y ayuda material. Es el momento de vivir y mirar nuestra auténtica proyección humana.
Haití me necesita. Su grito es el grito de toda la humanidad.
