Podemos olvidarnos de muchas cosas al despedir a un familiar o amigo, incluso a un conocido, en estas fechas. Imposible, afortunadamente, olvidarnos del mejor de los deseos, felicitar la Navidad o, como algunos dicen, la Fiesta en Familia. Está claro que la Navidad tiene un contenido histórico y de Fe. Y así sucede en la mayor parte del mundo cristiano. Y, es de esperar, que a nadie se le ocurra suprimir esta Fiesta de la Navidad, heredada felizmente desde siglos, y celebrada, nunca mejor dicho, con panderetas, villancicos e infinidad de actos de culto y religión ferviente. Es la Fiesta de todos, empezando por los niños y terminando por los abuelos. En ella vendrán los regalos y las reuniones familiares, los abrazos más entrañables y los deseos pletóricos de paz y bonanza. El Niño que festejamos es portador de todo lo bueno que el ser humano puede ambicionar en esta vida y, por qué no, en la otra para los que podamos creer en ella. El ambiente de la Navidad es único, incomparable. Desde la música tan propia, los villancicos, que los mismos niños tararean desde la cuna o los brazos de la madre, pasando por las luces y adornos de nuestra casa, hasta las calles y plazas de las ciudades o pueblos, que apenas registran los mapas. La Navidad es Fiesta, también esperanza -que no debe faltar- en las personas o familias que atraviesan momentos críticos de enfermedad o -dígamoslo sin reparos- de verdadera penuria o paro laboral. La Estrella del Belén anuncia un lugar, una meta en medio de la noche. Seguro que todos deseamos, unos a otros, la Navidad más completa, la mejor, la de la Estrella que luce siempre y no se apaga, por larga que sea la noche. ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS HOMBRES, SIN DISTINCIÓN DE RAZAS NI COLORES, HABITEN DONDE HABITEN, FELIZ NAVIDAD! Y el año que viene, y el otro, y el que esté más lejos, volveremos a repetir con mayores vibraciones, si caben, a todos: ¡FELIZ NAVIDAD!
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